A favor de los valencianos – Enric Juliana. La Vanguardia, 25 de maig de 2013

“El 5 de marzo de 1946, Winston Churchill popularizó el concepto de ‘iron curtain’, telón de acero: ‘Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero’. Pues bien, esta férrea división europea no fue tan estricta si hablamos de naranjas valencianas: la Unión Soviética compró más de 6 millones de kilos de naranjas dulces, como también Alemania Oriental (4,7 millones), Polonia (1 millón), Hungría (152.000 kilos), Checoslovaquia (4 millones de kilos) o Yugoslavia (71.000 kilos). Podemos imaginar el contexto difícil de aquellas operaciones: una geografía de la guerra fría, de grandes bloques cerrados, con unos medios de comunicación y de transporte aún poco desarrollados, con unos enormes problemas de lenguas, de relaciones políticas y con un régimen político, el de Franco, que no era precisamente próximo, ideológicamente hablando, a los países del Este europeo. Luis Font de Mora, una persona muy relacionada con el mundo de la fruta y de la exportación, recuerda el buen trato y la relación personal cordial que –años más tarde- el embajador de la Unión Soviética en Madrid, altos cargos del ejecutivo soviético, el ballet ruso o Serguei M. Mihalkov, ni más ni menos que miembro del Soviet Supremo y autor de la letra del himno de la URSS y de la Rusia de la actualidad, mantenían con la empresa exportadora valenciana y las visitas que todos ellos hicieron, a finales de los setenta y principios de los ochenta, a las zonas productoras de naranjas de la Ribera o de la Plana”. (“Valencia, la tormenta perfecta”, Josep Vicent Boira, RBA, 2012).

Comerciantes valencianos que cruzan las trincheras de la Guerra Fía con un cargamento de naranjas al hombro. He ahí un buen ejemplo del espíritu más genuino de la sociedad valenciana. Los italianos vendían coches en la URSS; incluso los fabricaron a orillas del río Volga, cuando Fiat instaló una fábrica de utilitarios en Togliattigrad (antigua Stavropol). Los valencianos llegaron a colocar sus mejores cítricos en la mesas del Politburó y del Presidium de la Unión Soviética. Valencia, con un gótico alegre y esbelto y un barroco sin disimulos, siempre ha tenido un punto italiano (un poco de Roma, un poco de Nápoles, una pizca de Bari…) El Renacimiento entró en España por Valencia. Los papas Borja y su singular familia dejaron una fuerte impronta en Roma y en buena parte de la península itálica (luego hablaremos de ello). Como ocurre en casi toda Italia, la sociedad valenciana puede llegar a moverse sin esperar al Estado (para lo bueno y para lo malo). Valencia es itálica con ecos musulmanes; tiene impronta catalana (atención, entramos en campo minado) con fuertes sellos aragoneses y castellanos, variando la proporción y la intesidad según pueblos y comarcas. Valencia es tan compleja que su nombre oficial es resultado de las tensiones de la Transición. Reino de Valencia, decían los regionalistas alérgicos al catalanismo. País Valencià, decían los valencianistas más amigos de Catalunya. El diputado de UCD Emilio Attard, militante en su juventud de la Derecha Regional Valenciana, propuso Comunitat Valenciana y así quedó inscrito en el Estatuto de Autonomía. Ese es el nombre que hoy suscita más consenso (desde el Partido Popular al Bloc Nacionalista Valencià) y a estas alturas de la crisis económica con la que vamos a tener que bailar durante bastante tiempo sería infantil reabrir ahora batallas nominalista. Soy catalán. Mis abuelos hablaban de Valencia en un sentido amplio y genèrico (“València, els valencians, parlen valencià…”), luego tomó fuerza País Valencià y hoy escribo con toda tranquilidad Comunitat Valenciana. No están los tiempos para más batallas nominalistas. Ni tampoco para absurdas prohibiciones. Los temas verdaderamente importantes son otros.

València, el País Valencià, la Comunitat Valenciana -tres en uno-, es tierra de gente con iniciativa, que no tardará en destacar por su empeño en la recuperación económica. Ya está pasando. Ya se detectan algunas señales positivas. No les llamaremos brotes verdes para no convocar el infortunio. Hay movimiento en la industria del calzado, especialmente en Elche y alrededores; se detecta una cierta reactivación de la industria del juguete… La ciudad de Valencia aguanta el tipo con la decisiva ayuda del turismo. La fábrica de autómoviles de Almussafes (Ford) va bien. El puerto de Valencia sigue destacando como uno de los más activos en el Mediterráneo en tráfico de contenedores. Y Mercadona ha sido una de las grandes empresas de distribución que mejor ha sabido adaptarse al nuevo contexto económico (En realidad, Mercadona está haciendo algo más que ajustar los precios; está construyendo una narración ideológica de la crisis en España. Su propietario, Juan Roig, uno de los empresarios más influyentes del momento, fue el primero en advertir a José Luis Rodríguez Zapastero de que la crisis no era un parentésis, sino un nuevo estadio histórico de larga duración ). La estructura financiera valenciana ha sufrido gravísimos daños, pero no todo se ha perdido. El Banc de Sabadell, con mucha experiencia en el campo de la pequeña y la mediana empresa, está operando con la red de la CAM y Caixabank mantendrá en vida el Banco de Valencia, antiguo estandarte de la burguesía mercantil valenciana. Ambas entidades catalanas están actuando con tiento y se van a implicar en el tejido productivo local. No hay ‘imperialismo’ y no han sido recibidas con hostilidad. Podríamos citar otras señales positivas.

Luego está la otra cara de la moneda. La dura, la difícil, la que la mayoría de la gente ve cada día. La crisis y su traducción local. La Comunitat Valenciana se ha convertido para muchas personas en símbolo de algunos de los principales excesos que caracterizan la crisis española. Una visión que debe de ser discutida, aunque contenga elementos de verdad. Cuidado con estigmatizar a los valencianos. No estamos ante un erial. Cuando vean a Valencia levantando cabeza, cosa que ocurrirá, enciendan una llama votiva: señal de que la crisis económica está cediendo. La Comunitat Valenciana es hoy la principal piedra de toque de la crisis económica y política en España. Anotemos esté dato en la agenda y no lo perdamos de vista en los próximos dos años.

La crisis está haciendo estragos, pero es injusto convertir Valencia en el peor estereotipo de la actual situación. Los chivos expiatorios son el mejor amigo del hombre, forman parte del combate político y conviene examinarles siempre el pelaje. Se está produciendo en España, con particular intensidad en la plaza de Madrid, una insólita convergencia entre la derecha de la derecha y la izquierda mediática e indignada. Ambas corrientes parecen haberse puesto de acuerdo en señalar a la Comunitat Valenciana como ejemplo señero y superlativo de los desmanes hispánicos. La derecha madrileña es centralista de día y centrífuga de noche. Sueña despierta con la recentralización para recuperar poder y expulsa sin contemplaciones los problemas más desagradables hacia la periferia, así en lo material como en lo espiritual. Cuando vio venir la crisis del Estado del Bienestar, gritó “¡Autonomías, culpables!” y vive Dios que ese grito ha tenido efecto en la sociedad, como a día de hoy señalan todas las encuestas. Cuando vio venir el caso Gürtel (un torpedo con mucha carga) dijo: “¡Esto es cosa de los valencianos!”. Y algunos destacados exponentes de la derecha valenciana tardaron en descubrir el cambio de dirección del proyectil, de manera que ni siquiera optaron por un atuendo y unos modales más discretos cuando le vieron avanzar por el lecho del Turía.

A su vez, la izquierda mediática e indignada cree haber encontrado un filón fantástico en Valencia. Hay asuntos feos en el armario -el más feo de todos, la manera como fue tratado el terrible accidente del metro en vísperas de la visita de Benedicto XVI en el 2006- y un muy amplio catálogo de irregularidades políticas y urbanísticas, fruto de una apuesta a todas luces excesiva por el suculento negocio inmobiliario. La izquierda mediática disfruta con los asuntos valencianos y es algo más ponderada, por poner un ejemplo, con algunas densidades de esa Andalucía que aún no ha conocido la alternancia en el Palacio de San Telmo.
En toda España cuecen habas –también en Catalunya- y aún falta perspectiva histórica para acabar de ajustar el mapa de los desaguisados. En estas últimas semanas el nudo principal del relato ha vuelto a situarse en Madrid con fuertes torbellinos alrededor de Bankia y el asunto Gürtel. Ahí está el núcleo. Y ya hemos tenido noticia de ello. Noticia con muchos decibelios: las furibundas declaraciones de José Maria Aznar contra la “languidez” del Gobierno Rajoy.

Presentar Valencia como caricatura principal de la España corrupta y quebradiza es abusivo, injusto y políticamente erróneo. La corriente política que intente obtener éxito electoral con este exclusivo relato puede tener un disgusto dentro de dos años. Hay mucha indignación, hay mucho descontento, hay mucho malestar, hay mucha perplejidad, pero la pulsión más profunda de la sociedad valenciana no va por ahí. Esa es mi impresión después de más de seis años de frecuentes viajes a Valencia y de una continua interlocución con personas de diversas tendencias y profesiones. Los valencianos no están contentos con lo que ha pasado, evidentemente. Les duele y les afecta la crisis. Han pasado del euforia al desconcierto y del consenso a la crítica, a la crítica acerba, incluso; pero muchos de ellos soportan mal el actual bombardeo mediático sobre los errores y desmanes cometidos en su tierra. Subrayo ese dato, porque me parece significativo. Cuidado con la sobreexplotación del estereotipo.

Podríamos decir que Valencia está redescubriendo su lugar en el mapa. Le interesa la conexión con Madrid, pero está llegando, lentamente y con prevenciones, a la conclusión de que también le conviene una buena vecindad con Barcelona. Mejor dos aliados que uno solo. El anticatalanismo no ha desaparecido, pero ha perdido intensidad. El anticatalanismo no reporta hoy ningún beneficio económico, aunque puede volver a tener alguna utilidad política en el nuevo ciclo electoral. Se detectan algunas tensiones en el interior del Partido Popular, donde un sector del mismo podría verse tentado por un regionalismo defensivo ante la hipótesis de un cambio de mayoría electoral. Recordemos que el PP, de la mano de Eduardo Zaplana, logró absorber hace unos años a Unió Valenciana. La decisión de Rita Barberá de volver a presentarse como candidata a la alcaldía de Valencia, anunciada ayer, es en este sentido un dato significativo. Con Barberá al lado de Alberto Fabra, hay menos margen para maniobras escisionistas. El PSOE-PSPV se mantiene a la baja, aunque posiblemente ya ha tocado suelo. La novedad de este curso es Compromís, la singular coalición electoral del Bloc Nacionalista Valencià, Iniciativa del Poble Valencià y grupos ecologistas, que se ha convertido en el principal catalizador de la protesta y el malestar. Algunas encuestas ya le situan muy cerca del PSOE en intención de voto. Se esboza la hipótesis de una posible mayoría tripartita PSOE-Compromís-Izquierda Unida, sobre la que me permito tres comentarios: es una especulación prematura, la palabra tripartito no tiene buena prensa (está quemada para un largo periodo de tiempo) y no debe olvidarse que el PP sigue teniendo una muy uerte implantación orgánica en toda la comunidad. La incierta basculación de Compromís entre la moderación (Enric Morera, del Bloc) y una mayor radicalidad con ecos mediáticos (Mònica Oltra, de Iniciativa) es una cuestión de interés para los próximos meses. Puestos a especular, apunto la siguiente hipótesis: la Comunitat Valenciana, rótula de la España compleja, podría acabar siendo punto de encuentro entre PP y PSOE dentro de dos años. Al tiempo.

Las elecciones quedan lejos. Los temas importantes ahora son la financiación de la autonomía (a corto y medio plazo) , la viabilidad del sector público y los atisbos de recuperación económica: la fortaleza del turismo, las iniciativas de reindustrialización y la logística. Amplio consenso sobre el Corredor Mediterráneo, convertido en eficaz metáfora de una nueva orientación económica y de un nuevo rol valenciano entre Madrid y Barcelona. Metáfora que no acaba de gustar en todo el PP español. El Corredor Mediterráneo ha ganado una primera batalla de opinión pública, pero el mapa de los próximos 25 años aún no está dibujado. El tercer carril ferroviario (para mercancías) anunciado por el Ministerio de Fomento es un primer paso. Un primer paso muy influido por las reclamaciones del cuadro directivo de Ford, puesto que Almussafes necesita de manera urgente una conexión ferroviaria con Europa.

La crisis está descarnado muchas cosas. La crisis explica la imparable implantación del déficit ‘asimétrico’ en España, que tanto disgusta a Aznar. El Gobierno no puede dejar que colapsen las autonomías del Arco Mediterráneo (Catalunya, Comunitat Valenciana, Baleares y Murcia) donde se produce más del 35% del PIB y el 50% de las exportaciones. Le podemos dar muchas vueltas al rompecabezas territorial, pero al final del día nos encontraremos con el diagnóstico que el presidente del Deutsche Bundesbank, Jans Weidmann, efectuó ante un grupo de periodistas españoles el pasado mes de feberero en Francfort: “No se hagan ilusiones, esta crisis será larga, un ciclo de diez años, y en ese ciclo España deberá apoyarse en aquellas regiones más capaces de exportar”.

Valencia está redescubriendo su lugar en el mapa en medio de una tremenda confusión económica, social y política. Y soporta mal la sobreexplotación política y mediática de sus estereotipos negativos. Cada vez lo soportará peor. Lo cual me recuerda la leyenda de los Borja (Borgia, en italiano). Dos papas valencianos, Calixto III y Alejandro VI, tío y sobrino. Inteligentes y audaces. Siglo XV. Calixto, protegido de san Vicenç Ferrer, reconquistó Constantinopla y anuló la condena que había llevado a la hoguera a Juana de Arco. AlejandroVI definió el tratado de Tordesillas (1494), por el que España y Portugal se repartieron el Nuevo Mundo, y a través de su intrépido hijo César estuvo a punto de articular una cierta unidad política de la península italiana. César Borja y Fenando de Aragón inspiraron a Maquiavelo en la redacción de ‘El Príncipe’. La eficacia política de los Borja puso de los nervios a la aristocracia romana, temerosa de perder el control pontificio. (“Oh, Dio, il Vaticano nelle mani dei catalani”, decían aquellos años en Roma, sin entrar en mayores disquisiciones sobre catalanes y valencianos: aún no habían llegado ni el barroco, ni el Estado de las autonomías). De ese nerviosismo y temor surgió buena parte de una leyenda negra que aún perdura y que ha hecho correr ríos de tinta. Un sabio catalán, el jesuita Miquel Batllori, se esforzó en desmontar ese mito (‘La familia Borgia’, 1994). Gente de carácter los Borja/Borgia. No eran santos, tenían ambición, intentaron construir una dinastía, incomodaron al poder romano y perdieron el control de su historia.

Cuidado con las leyendas.

Matar el País Valencià – Ferran Suay. Vilaweb, 15 de maig de 2013

El PP valencià aprovarà, amb la seua majoria absoluta (i absolutament al·lèrgica al diàleg), una norma que pretén impedir l’ús del terme ‘País Valencià’. Ja sabem que vets i prohibicions són les estratègies preferides d’un partit que, estacat fins al coll en casos de corrupció i sospites clamoroses d’activitats delictives diverses, només veu en la llei un instrument per a imposar les seues obsessions. Particularment, les derivades del caràcter ultranacionalista.

Entre aquestes obsessions ocupa un lloc principal la que tenen amb el nom del país. Obsessió curiosa, si pensem que el preàmbul de l’Estatut d’Autonomia, impulsat i votat pel PP, amb la connivència imprescindible del PSOE, diu: ‘Aprovada la constitució espanyola, és en el seu marc on la tradició valenciana provinent de l’històric Regne de València es troba amb la concepció moderna del País Valencià i dóna origen a l’autonomia valenciana.’

Potser és això, la concepció moderna, que tant els molesta. Estarien més còmodes amb una concepció obertament feudal? Probablement sí, però crec que cal un esforç per a entendre la bel·ligerància virulenta del nacionalisme espanyol (representat ara i ací fonamentalment pel PP, però no exclusivament), que pretén prohibir una denominació que forma part del nom de la majoria de les organitzacions cíviques, sindicals i polítiques que formen el teixit social valencià.

Després de la mort de Franco, i durant el procés mal anomenat ‘transició’, el País Valencià va viure un primer assaig d’allò que, anys més tard, s’ha mostrat com una constant: la completa unitat de criteri dels dos grans partits del nacionalisme espanyol en relació amb l’organització territorial de l’estat. En aquells anys, la UCD i el PSOE van pactar una estratègia orientada a amputar artificiosament el creixement de les forces polítiques valencianistes, en benefici –lògicament– d’ells mateixos. Aquella estratègia va aportar –entre més coses– la infausta barrera electoral del 5% (única a tot l’estat) per a poder accedir a les Corts Valencianes i la guerra bruta d’incitació a l’odi que acabà abocant a la vergonyosa batalla de València.

L’obsessió malaltissa contra el nom de ‘País Valencià’ respon al coneixement profund del valor que tenen els símbols per a qualsevol poble. Han tret profit de promoure l’analfabetisme sense complexos i d’instigar a l’odi per qüestions com els colors de la bandera, el nom de la llengua i el del territori. I és perquè saben que la simbologia no és pas una qüestió menor. Algú s’imagina un estadi sencer cridant rítmicament ‘Co-mu-nitat Va-len-ciana’? Resulta senzillament impossible. No ho és, en canvi, esgargamellar-se cridant ‘Espanya’, o ‘Astúries’, o ‘Catalunya’. I això (òbviament, entre moltes altres) és un dels elements que fan país, cosa que –tant sí com no– volen impedir.

‘Comunitat’ és –sens dubte– un nom menor, una paraula dèbil. Ens remet a ‘comunitat de veïns’ o ‘comunitat de regants’, si no a ‘comunitat religiosa’, però no reflecteix de cap manera una idea sòlida de poble que es dota d’una organització política i social. ‘Comunitat’ és el nom de la forma administrativa (comunitat autònoma) adoptada en la constitució de 1978. És –només– un terme legal, una denominació. No és el nom d’un poble ni ho pot ser. És significatiu que els mateixos que mai no han alçat la veu quan els mitjans de comunicació espanyols ens han insultat amb el terme sucursalista ‘Levante’ s’esvaloten pel fet que siguem un país i que ens anomenem país.

No ens deixem enganyar. Tota aquesta traca per a revifar lluites intestines i tornar a instigar l’odi respon al fet que veuen com els perilla la continuïtat en el poder. Els importa ben poc la pau social o la convivència, perquè no han vist mai la política sinó com una manera d’enriquir-se, ni la democràcia sinó com un substitut convenient de les armes, quan ja no són sostenibles. I el nom ‘País Valencià’, aqueixes senzilles dues paraules, representen per a ells el pitjor dimoni: la imatge d’un poble que no es resigna a ser un simple apèndix d’un altre i que –finalment– es troba en condicions de fer fora les sangoneres que l’han governat des de fa més de tres segles.

És contra aquesta por que reaccionen. I és per defensar els seus privilegis que no dubtaran a causar tant de mal com podran, i a enfrontar els ciutadans ells amb ells, si poden tornar a fer-ho. Enfront, només ens hi tenen a nosaltres, els qui, venint d’on vinguem i parlant com parlem, no estem acomplexats de ser valencians; els qui no ens sentim superiors als altres pobles, però tampoc inferiors; als qui sempre hem desitjat un nom digne per a un poble tan digne com qualsevol altre. Nosaltres som els valencians, i el nom és País Valencià.